Un usuario del chat escaso de sinceridad y desbordante de testosterona; un virtuoso del chelo recién llegado a la ciudad, un repartidor de comida china dispuesto a ofrecer algo más que arroz tres delicias; un ilustrador enamoradizo sin vida social (ni sexual); un anciano que se jugó el físico en las primeras manifestaciones LGTB, un daddy que no tiene mermadas sus facultades mentales ni ninguna otra; unos jóvenes desencantados de las relaciones que coinciden en un balneario con unos jubilados encantados con la suya; un tremendo caso de plumofobia y el encuentro de dos solitarios en la sección de paliativos del hospital que continúa en una antigua casa de comidas reconvertida en bistró, donde han sustituido la tortilla de patatas por el carrot cake. Como si de una ronda de Arthur Schnitzler se tratase, el autor relaciona a estos y otros personajes en una trama en la que los desencuentros suelen ser el denominador común porque, como ya es sabido, los hombres solemos tener el cerebro entre las piernas y, por desgracia, la mayoría de las veces el corazón también.