Tras sobrevivir a la guerra fratricida española, crecer con hambre en tiempos de racionamiento, y rebelarse contra una sociedad que exigía a las viudas veinteañeras seguir enlutadas hasta la muerte, a mediados de los años cuarenta -maleta de cartón en ristre- dejó su pueblo en busca del anonimato y el progreso que prometía el Madrid de posguerra.
A pesar de su falta de formación académica y de medios, Acuña no pasa desapercibida en la capital, por entonces en plena expansión. Establece sus primeros contactos con el mundo artístico a través de personalidades como Cayetana Fitz-James Stuart, Duquesa de Alba; Antonio el Bailarín, Pepita Reyes, folklóricas y actrices de primera fila, y jóvenes cronistas que forman hoy parte de la historia del periodismo español.