John Belushi murió a los treinta y tres años ejecutado por su volcánica exuberancia (y por una exuberante dosis de speedball) en un lujoso hotel de Sunset Boulevard. Esa muerte es el arranque de una indagación que conducirá a Bob Woodward, cobestia negra de Richard Nixon, hasta las aromáticas vísceras del show business norteamericano –donde convergen la televisión, el rock ’n’ roll y el séptimo arte–. Para relatar la portentosa vida del humorista y plasmar la estridente fanfarria que rodeó su ascensión y su tragedia, el infatigable reportero tuvo que manejar un heterogéneo aluvión de materiales (diarios, cartas, inventarios, facturas, diagnósticos, etc.) y, sobre todo, entrevistar extensamente
a una caterva formada por 217 celebridades, fantasmas y medianías: la viuda del difunto, compañeros de armas y fatigas como Dan Aykroyd, actores y directores como Chevy Chase, Robin Williams, Carrie Fisher, Steven Spielberg o Jack Nicholson, prohombres de la industria cinematográfica, policías, matones, traficantes, músicos, vividores y otros interesantes especímenes del submundo adherido a las candilejas.
Todos sabían que el bólido se dirigía al abismo, pero sus amigos fueron incapaces de detenerlo y sus satélites siguieron proporcionándole el combustible que lo mantenía en marcha (una marcha, por cierto, tan ruidosa como rentable): la «gran vida» de Nueva York o Hollywood tenía esos feroces inconvenientes.
Bob Woodward dibuja en este libro un meticuloso, conmovedor y en ocasiones despiadado retrato de una época y de un individuo que vivió demasiado y lo perdió todo a manos de su insaciable antojo.