Era, en efecto, el automóvil de Maruja. Había transcurrido por lo menos media hora desde el secuestro, y solo quedaban los rastros: el cristal del lado del chofer destruido por un balazo, la mancha de sangre y el granizo de vidrio en el asiento, Y la sombra húmeda en el asfalto, de donde acababan de llevarse al chofer todavía con vida. El resto estaba limpio y en orden.