Apollinaire publicó Las once mil vergas con sus iniciales
entre 1906 y 1907, destinada a un círculo muy restringido,
y pronto todos los salones mundanos y literarios de París
hablaban de ella en voz baja. Sin embargo, en los círculos
culturales de vanguardia la identidad del autor
de Las once mil vergas era un secreto a voces
–Pierre Mac Orlan poseía un ejemplar de la primera edición
con una dedicatoria del autor–. Picasso, Braque, Jacob,
Bretón, Eluard y Aragón, entre otros, reivindicaron
a Apollinaire como uno de los precursores del surrealismo.
Un catálogo clandestino de libros eróticos, fechado en 1907,
decía lo siguiente sobre Las once mil vergas: «Deja muy atrás las obras más escandalosas del divino marqués ...
No se ha escrito nada más aterrador que la orgía
en el coche-cama, culminada por un doble asesinato ...
Nada más conmovedor que el episodio de la japonesa
Kilyemu, cuyo amante, afeminado confeso, muere empalado tal como ha vivido ... Hay escenas de vampirismo
sin precedentes cuya actriz principal es una enfermera
de la Cruz Roja, bella como un ángel, que, insaciable, viola
a los muertos y a los heridos ... Las escenas de pederastia, de safismo, de necrofilia, de escatomanía, de bestialidad
se combinan de la forma más armoniosa...»