Aunque de formación científica (estudió
y ejerció como médico), Sir Arthur Conan Doyle manifestó
un creciente interés por el espiritismo y las comunicaciones con
el Más Allá -interés que coincide con una corriente
en auge en su época de atracción hacia el espiritismo- y
que se incrementó a raíz de la desgraciada pérdida
de su hijo Kingsley en la Primera Guerra Mundial. Su fe en las comunicaciones
con el Más Allá le lleva a participar en sesiones espiritistas,
dar conferencias y escribir estos dos opúsculos místicos
que nos revelan minuciosamente la vida después de la muerte, anticipándose
a ciertos planteamientos de la actual New Age, en los que llega a afirmar:
«Todos los difuntos están de acuerdo en declarar que el tránsito
al otro mundo es fácil a la vez que indoloro y va seguido de una
profunda sensación de paz y bienestar. El individuo se encuentra
en un cuerpo espiritual absolutamente análogo al precedente, salvo
que todas sus enfermedades, debilidades o deformidades le han abandonado.
Este cuerpo espera o flota al lado del antiguo cuerpo y tiene conciencia
tanto de éste como de las personas circundantes».