¡Imágenes! ¡Imágenes! ¡Imágenes!
Muy a menudo, antes de averiguarlo, me he preguntado de dónde vendrían
la multitud de escenas animadas que poblaban en tropel mis ensueños;
porque en la vida real no había visto nunca nada semejante a las
imágenes de mis sueños. Esas imágenes torturaron mi
infancia, convirtiendo mis noches en procesión de pesadillas; ellas
me convencieron, poco después, de que yo era diferente de mis semejantes,
criatura innatural y maldita.
Sólo durante el día lograba algo de felicidad. Mis noches
señalaban el comienzo del reino del terror. ¡Y qué
terror! Me atrevo a afirmar que ninguno de los hombres que han hollado
la tierra se vio jamás atormentado por un terror semejante y tan
intenso como el mío. Porque el mío es el terror de remotísimos
tiempos, el terror desenfrenado del mundo primitivo. En resumen, era el
terror que imperaba, supremo, en el período que llamamos Pleistoceno
Medio.