Todos los que se han acercado a la obra de Nathaniel Hawthorne
(1804-1864) -Poe, Melville, Henry James, Borges- se han mostrado
unánimes al destacar la imaginación como elemento dominante
en su escritura. En La Letra Escarlata -llevada al cine recientemente
por Roland Joffé- aparecen muchos de los temas tratados
en sus relatos, pero esta obra se manifiesta como la mejor construcción
narrativa de su autor, y muchos la destacan como la mejor novela norteamericana
del siglo pasado. Ambientada en la Nueva Inglaterra de los puritanos del
siglo XVII, La Letra Escarlata narra el terrible impacto que un
simple acto de pasión desencadena en las vidas de tres miembros
de la comunidad: Hester Prynne, una mujer de espíritu libre e independiente,
objeto del escarnio público; el reverendo Dimmesdale, un alma atormentada
por la culpa, aunque digno de la estima general; y Chillingworth, un ser
siniestro, cruel y vengativo, que maquina en la sombra. Para despertar
el horror, Hawthorne no recurre ni a la violencia, ni al crimen,
ni a cualquier otro recurso tópico del género, sino que desciende
al pozo de la psicología humana para observar las horribles bestias
que reptan y se alimentan en la jaula de la conciencia. En definitiva,
una obra que explora el sentimiento de culpa, la fuerza que se devora a
sí misma.