La inhumación de los restos mortales de Rodrigo efectuada en Cardeña en 1102 y las oportunas donaciones hechas por doña Jimena a dicho monasterio en beneficio del alma de su llorado esposo dieron lugar a una tradición legendaria, que iba a relacionarse, un siglo más tarde, con el desarrollo de un culto sepulcral; es posible que ese culto atrajera a juglares que habrían recitado cantares sobre las hazañas del Cid. En todo caso, aparte de la breve noticia contenida en la Crónica najerense (h. 1160), el siguiente relato existente de los hechos cidianos se encuentra en el Poema de Mio Cid (también conocido con el título del Cantar de Mio Cid), que provisionalmente fechamos entre 1201 y 1207. Como cabía esperar de una relación hecha más de cien años después de los acontecimientos narrados, el Poema manifiesta cierta vaguedad en algunos puntos y contiene material ficticio; sin embargo, al contrario de la mayoría de las epopeyas medievales, incorpora muchos hechos históricos y algunas alusiones a personajes verdaderos que nos sorprenden por su veracidad.