Irlanda del Norte, años ochenta. Un torso humano aparece en una maleta abandonada. Ha estado congelado, lo que impide saber con precisión cuándo murió la víctima. Un tatuaje incompleto y una vieja cicatriz de metralla son lo único que lo puede identificar. La causa de la muerte es un veneno, un método ajeno a los paramilitares, ni del IRA ni de los unionistas. Además, es casero y procede de una planta tropical desconocida en Irlanda. Parece el crimen perfecto. Pero Sean Duffy, encargado del caso, sabe que el crimen perfecto no existe.