«¿Queréis hacer obra intelectual? Empezad por crear dentro de vosotros una zona de silencio, un hábito de recogimiento, una voluntad de desprendimiento, de desapego, que os haga disponibles por entero para la obra; adquirid ese estado de ánimo, libre del peso del deseo y de la propia voluntad, que constituye el estado de gracia del intelectual. Sin ello, no haréis nada o, al menos, nada que valga la pena».