La pregunta ¿qué es el hombre? no parece ser suficiente para dilucidar la profundidad de lo que sea el `cuerpo de hombre`, en su siempre inseparable identidad-dual de cuerpo de hombre y cuerpo de mujer, y de las `corporalidades` que se construye. Sólo la que diga ¿quién es el hombre? parece, desde el punto de vista filosófico, responder a lo que el `punto rojo` del árbol de la evolución nos termine siendo. Aunque nos sea común casi por entero lo que somos con los animales y demás seres mundanales, hay una `pizca` que en ningún caso compartimos, y ella parece ser aquello que nos hace pasar de lo que viene dado por la respuesta al qué a lo que viene dado por la respuesta al quién. Pizca decisiva que tiene que ver con la consciencia. Que tiene que ver con la libertad; una libertad; una libertad que nace, es verdad, en un horizonte de constreñimientos, azares y destinos. Somos figuras dinámicas en el paisaje que del mundo hacemos realidad; creadores de otros mundos que ningún otro existente mundanal puede hacer suyos: creadores de realidad. Pizca devisiva, pues por el deseo, la imaginación y la razón, un continuo e inacabable mirar-siempre-más-allá empuja retroductivamente nuestra acción hacia nuevos lugares desde los que, sin descvanso, sin desfallecer, sin límite, volvemos a mirar-más-allá, hacia nuevos paisajes que ensanchan la realidad más y más. ¿Hasta dónde? Sólo desde ahí cabe hablar de la verdad, del bien, de la belleza.