La nación moderna es un proyecto político singular. Nacida en el siglo XVIII, su primera función es integrar a todos los individuos en la vida de una comunidad política y defenderla en la escena internacional. La nación pretende ser una comunidad ideal de ciudadanos iguales: ignora las particularidades étnicas, regionales, culturales, lingüísticas y religiosas de sus miembros. Así, la nación está unida históricamente a la democracia y se opone radicalmente al nacionalismo, que no puede vivir sino del confinamiento en los particularismos exacerbados. Dominique Schnapper nos invita al redescubrimiento de la nación como marco básico de convivencia. El futuro dirá si se trata de un canto de cisne, pues ¿qué porvenir aguarda a una comunidad de ciudadanos, cuando los unos se afirman en sus particularismos étnicos o en su identidad religiosa, y los otros confunden sus deberes de ciudadanos con sus derechos como consumidores?