La crisis que afecta al sistema educativo, tanto en España como en Europa, no se debe únicamente a la creciente separación entre escuela y mundo del trabajo, sino también a la disolución de una tradición cultural. Erosionada sistemáticamente por las corrientes culturales «post-humanísticas», dominantes en las últimas décadas, dicha tradición se nos presenta hoy en una forma casi irreconocible. El «canon occidental» (H. Bloom), criticado por los modelos estructuralistas y genealógico, cede su lugar a un paradigma «policéntrico» en el que se elimina de modo sistemático la dimensión del sujeto. En primer lugar la del docente y el estudiante, limitados a mantener una relación que ya no tienen una connotación educativa. Más tarde la de los contenidos, en los que un saber objetivo, cada vez más formal, camina, por lo que se refiere a la historia y la literatura, hacia la desaparición de la dimensión «narrativa», de los «acontecimientos», de los «clásicos». El resultado es un sistema educativo que ya no es capaz de transmitir un pasado «actual», capaz de interactuar «críticamente» con el presente. De ahí el aburrimiento, el desafecto y la huida hacia el «mundo de la vida», la sociedad mediática «exterior» a la escuela, cargada de fascinación y atractivo.