Este ensayo no es una reseña histórica de la antigua Biblioteca de Alejandría ni aspira a reconstruir desde un punto de vista bibliotecario el establecimiento fundado por los Ptolomeos. La tesis fundamental del libro es que las bibliotecas en Grecia fueron una consecuencia directa del ejercicio y la práctica de la filosofía. Las bibliotecas griegas fueron fruto de una lenta evolución en la que los maestros de la palabra oral fueron sustituidos por el texto escrito y fueron el lugar en que se produjo esa escritura, pero también donde se realizó el intento por traducirla y hacerla viva.
La Biblioteca de Alejandría no nació de una feliz ocurrencia de los lágidas, ni tuvo por modelo los depósitos orientales de tablillas. Tampoco fue fundada para satisfacer los deseos de prestigio de los monarcas. Su misión básica, como lugar donde se «traducían» textos, se redactaban otros nuevos y se seleccionaban autores afines al mensaje que se quería propagar, fue crear e irradiar el clima político y cultural del Helenismo. La función de la Biblioteca fue hacer público un mensaje que asegurase la comprensión y la participación de griegos y no griegos en esta nueva realidad política. Allí se organizó la cultura escrita, se recreó su producción y se controló y manipuló la literatura griega. La eficacia del modelo bibliotecario alejandrino, culminado por la figura de Calímaco de Cirene, explica que la biblioteca de los Ptolomeos se convirtiese en el arquetipo de las centros bibliográficos que se continuaron erigiendo en el mundo grecorromano.
Aunque el trabajo es una adaptación de la tesis doctoral del autor, se ha procurado dar al texto un estilo divulgativo y menos académico, pero intentando no perder el rigor intelectual. Específicamente, el tratamiento de las bibliotecas en la Antigüedad y su relación con el pensamiento filosófico, tema central del libro, puede ser de interés para bibliotecarios y archiveros, especialistas en filosofía, en filología clásica, en estudios clásicos, historia y en humanidades en general.