Si existen unos siglos oscuros en la historia europea, sin duda éstos son los siglos IX y X. Oscuros, indudablemente, porque las fuentes son escasas, pero oscuros, sobre todo, porque los historiadores han alimentado esta reputación: al dejar de lado el siglo y medio que separa el glorioso reinado de Carlomagno del nacimiento de la dinastía capeta, nadie ha sabido ver en qué manera fue importante este período. Lo enfoquemos a través de la evolución del estatus de las personas, de las técnicas o, incluso, de la moneda o de los intercambios, para quien sepa verdaderamente leer los textos y hacer suyos los descubrimientos de la arqueología, resulta evidente que es en el siglo X –y no después– cuando hay que situar el primer crecimiento de Occidente. Tanto en Alemania occidental como en la Francia y la Italia actuales (países sobre los que entonces se extendía aproximadamente el mundo carolingio), los fenómenos se acompasan: mejor explotada por un mayor número de hombres, socialmente integrados en una familia de una tipología nueva, la tierra ofrece mejores rendimientos, desencadenando el ciclo de un primer crecimiento. Con esta vara de medir, las sucesiones dinásticas, las revoluciones en los palacios y las guerras se convierten en epifenómenos sobre los que sería una equivocación detenerse demasiado. Multiplicando las investigaciones y los estudios de casos concretos sobre cuestiones consideradas irresolubles, desplegando una erudición asombrosa –y siempre apasionante–, Pierre Toubert nos ofrece un libro pionero que sin duda será el punto de arranque de una profunda renovación historiográfica.