?Jamás un filósofo fue mi guía.? Roland Barthes resumió así uno de los rasgos capitales de su propia vida. Conclusión obligada: el pensamiento de Barthes no fue filosófico.
Sin embargo, jamás cesó de volverse hacia la filosofía, de la que tomó prestadas algunas formas de lengua: cierto uso del artículo definido, transposición de los adjetivos en sustantivos, recurso a las mayúsculas.
En Barthes, la lengua lo compromete todo. Cuando autoriza a la filosofía a dejar su impronta en la lengua, da un paso hacia ella. Mejor dicho, dentro de ella.
Este paso filosófico lo llevó de Sartre a Platón sin más guía que él mismo. Dentro de la Caverna, para salir de ella sin perder nada de las cualidades sensibles. Luego, para no salir, al haber creído descubrir que podía permanecer en su interior bajo cierta luz, a la vez deslumbradora e íntegramente endógena; se proclamó partidario del Signo en homenaje a Saussure, que fue para él portador de una revelación. Fuera de la Caverna, finalmente, en la luz inmóvil de la pesadumbre, bajo la mirada de la madre desaparecida, pero para volver a bajar de inmediato según la ley, libremente consentida, de la Piedad.
Exhibiendo los mil destellos de un cristal del pensamiento, Roland Barthes escribió a la vez una novela de educación y una fenomenología de su propio espíritu. Página a página, texto por texto. He querido reconstruir su trama y su itinerario.
Jean-Claude Milner