La civilización china no es una civilización de la palabra que confiere un sentido (la Biblia), ni del discurso (logos) que articula construcciones teóricas por medio de su sintaxis. China tampoco es una tierra de Revelación, en la que primaría el mensaje y crecería la Promesa, ni de ella se espera que articule dialécticamente las formas y los géneros. La civilización china es fundamentalmente una civilización del texto, de un texto que muestra su trazado y es en sí mismo un tejido continuo.
Así lo indica la palabra 'wen', que significa cultura, civilización, texto, ideograma, y que está compuesta por un cruzamiento de trazos. En el país de la seda, dice François Jullien, la "urdimbre" y la "trama" son las coordenadas del texto chino. A partir de la "urdimbre" del texto canónico y de la "trama" del imaginario, François Jullien establece un "orden" del texto en China -a semejanza de lo que Michel Foucault llamaba un "orden del discurso"- poniendo especial interés en elucidar el estatus ambiguo de lo imaginario.