Con las imágenes, los lugares y las ruedas, que describe en su último método de la memoria, el filósofo y visionario napolitano Giordano Bruno (1548-1600) pretendía proporcionar al hombre un instrumento con el que ayudarle a la reforma de la psique y a la terapia del espíritu. Gracias a la ampliación así operada de los límites de la razón, la filosofía podía hacerse plenamente «práctica». Este es el núcleo de El idioma de la imaginación.
En los albores de la civilización griega se vio a la memoria como la diosa que otorga la omnisciencia. Los pitagóricos le atribuyeron el poder de salvar al hombre de su condición mortal. Al mirarla a través de la anamnesis, Platón hará de ella el saber esencial. Plotino y la Gnosis son otros hitos de esta investigación sobre la memoria, la imaginación y el tiempo, que también hace comparecer a Descartes, Bacon, Leibniz y Vico a fin de someter a escrutinio sus proyectos de lengua filosófica y escritura universal, que de forma tan original anticipara Bruno con su «lengua de los dioses» y su recreación de los jeroglíficos.
Por último, en El idioma de la imaginación se examina el cambio de paradigma que Kierkegaard opera, ya en el siglo XIX, cuando a la memoria opuso la esperanza, y destacó, frente al pasado, el «instante de decisión» que crea el futuro.