Ábrase el Leviathan de Hobbes: «las palabras son demasiado débiles», «vacías», «sin fuerza», en resumen, meras
«exhalaciones de aliento» en ausencia de una contundencia pública que les dé respaldo. Éste es el hilo perdido, el argumento: de cómo ya no hay palabra sin espada, ni espada sin puño que la blanda. Todo ello, tal vez, como pretexto para reivindicar, al fin y en vano, la existencia de un mundo (¿pero alguna vez existió?) en donde todavía era posible confiar en el poder de una palabra susceptible de ser dada o tomada. Nostalgias? Puede que Shakespeare tuviera razón: las palabras se envilecieron tras los contratos. Ironía, cruel, de la historia.