Claude Bernard (1813-1878) fue reconocido, en su propio tiempo, como uno de los gigantes de la ciencia, especialmente gracias a sus aportaciones a la fisiología, la rama de la medicina que hizo a ésta verdaderamente científica, esto es, compatible con la física y la química y basada en ellas. Si hay “clásicos” de la ciencia del siglo XIX, ciertamente Bernard es uno de ellos. Y si de él se puede decir esto, que es un “clásico”, con más motivo hay que decir lo mismo de uno de sus grandes libros, el más conocido, que ve ahora la luz en la presente colección de la mano de Pedro García Barreno, Introducción al estudio de la medicina experimental (1865), texto al que Louis Pasteur calificó de “monumento en honor del método que ha constituido las ciencias físicas desde Galileo y Newton, y que Claude Bernard se esfuerza por introducir en la fisiología y en la patología. No se ha escrito nada más luminoso, más completo, más profundo sobre los verdaderos principios del difícil arte de la experimentación”. Bernard, más modesto, seguramente habría dicho que nunca pretendió que la Introducción fuese un código de reglas; en todo caso, unas elaboradas confesiones sobre sus experimentos. Confesiones, eso sí, que se convirtieron en el primer tratado metodológico moderno de las ciencias de la vida.