¿Cómo pueden enriquecerse mutuamente dos ámbitos a primera vista tan alejados como la ciencia y la literatura? La ciencia, asegura jorge wagensberg, aspira a la objetividad, y el científico debe prescindir de su yo (su identidad, sus emociones, sus preferencias), concentrarse en lo esencial y desterrar el error. A su vez, la mejor literatura gira en torno al ego del autor y sus vivencias; lo superfluo es en ella excusa para recrearse en el matiz, y el «error» literario suele convertirse en una intuición genial sobre la realidad. Así, la fecundación recíproca entre la comprensión científica y la literaria suscita interesantes preguntas: ¿y si la ciencia recuperase el yo y lo superfluo, y hallase alguna forma de indultar el error? ¿Y si los escritores olvidaran momentáneamente su subjetividad y contemplasen la naturaleza exterior con la máxima objetividad posible? Tal vez entonces alguna idea científica ilumine algún aspecto de la condición humana, o una anécdota personal dé pie a una intuición científica.
Tras describir el método científico y exponer el posible nuevo género de literatura científica, el autor nos brinda una gozosa puesta en práctica de la teoría: ciento ocho relatos de ciencia (hay en ellos una observación objetiva e inteligible de la realidad) y de literatura (el narrador y su circunstancia personal son omnipresentes). Son relatos irónicos, hilarantes, a veces angustiosos, pero siempre animados por el deseo de conjugar magistralmente comprensión y emoción.