Podría parecer que ya no es posible decir nada nuevo sobre Velázquez, universalmente reconocido como una de las figuras capitales del arte occidental y objeto de atención crítica amplia y fecunda. Este libro es, sin embargo, la demostración palpable de que la literatura velazqueña puede seguir enriqueciendose con nuevas aportaciones que, por un lado, confirmen y completen los aciertos interpretativos del pasado, y, por otro, destruyan las falsas teorías que una tradición a veces acrítica ha contribuido a sostener. Jonathan Brown ha planteado su estudio desde un doble punto de vista, artístico y biográfico. Como pintor, Velázquez mantuvo a lo largo de su carrera un objetivo constante: profundizar en las relaciones entre el arte y la naturaleza, entre las formas plasmadas sobre el lienzo y la apariencia natural del mundo y de los seres que lo habitan. Esa investigación le condujo a la búsqueda de una manera de pintar nueva y revolucionaria para su época, de una técnica propia y original a la que el autor, ayudado por los actuales procedimientos de examen de los lienzos, dedica toda la atención que en justicia merece. La otra faceta de Velázquez es su carrera en la apasionante corte de Felipe IV. Su dedicación cada vez mayor al servicio de la casa del rey, frecuentemente lamentada como responsable del muy notable descenso de su producción pictórica a partir de 1640, escondía unas ambiciones sociales claramente manifestadas a lo largo de toda su vida. Y ello en un paíos en el que, a diferencia de lo que ocurría en Italia, la pintura no era un arte liberal, sino una actividad manual, vacía de todo componente intelectual. Jonathan Brown analiza así en profundidad el dilema fundamental de la biografía de Velázquez: cómo reconciliar las exigencias, a menudo contradictorias, que le planteba su deseo de ser considerado a un tiempo un gran caballero y un gran artista.