Al entrar en los lugares que a continuación nos dan la bienvenida no pensamos que pueda sucedernos algo malo; difícilmente podemos pensar en nada, más que en relajarnos y dejarnos llevar. Como Holly Golightly, la protagonista de Desayuno en Tiffany?s, tal vez en alguna ocasión hemos sentido la necesidad de escapar, y al huir de las preocupaciones hemos llegado hasta las puertas de algún comercio, abandonados a la contemplación de escaparates y objetos que intentan coquetear con nuestros ojos. Sin reservas, nos entregamos al juego de seducción que se establece entre nosotros y esos placeres materiales que nos atan sin remedio a la vida, placeres que deseamos y a los que muchas veces confiamos nuestra felicidad. Abrimos el desfile de unos espacios fascinantes, que nos acogen sin reservas; lugares de contemplación para muchos y también de compra para otros; sitios de recogimiento que en algunos casos rozan la sacralidad y el misticismo, lugares de cuentos de hadas, escenarios teatrales donde somos los protagonistas indiscutibles de la historia. El espacio comparte protagonismo con los objetos expuestos o, al contrario, permanece en un segundo plano y calla ante el discurso acaparador del diseño que presenta la marca. De una forma u otra, su interior no empieza a vivir hasta que se completa con nuestra presencia, anónima y necesaria, ante la cual se extiende la magnificencia y el deseo de la alfombra roja.