Alberto Manguel despliega en Vicios solitarios un estimulante catálogo de ideas y experiencias en torno a la lectura. En los ensayos que componen esta obra, Manguel apela a sacudir la conciencia de los lectores y las lectoras tanto como a hacerlos cómplices de sus hallazgos sobre otras formas de leer. Así, consigue humanizar a personajes como Robinson Crusoe, Pinocho, Julien Sorel o Polonio a partir de su condición de lectores y por tanto actores y testigos de su tiempo histórico. Cuestiones éticas en torno al sida o a la idea de Europa no son ajenas según Manguel a la responsabilidad del lector en una sociedad en la cual el acto intelectual ha perdido todo prestigio. También sostiene que la lectura puede ofrecer a los individuos espacios de experiencia y reflexión y a la sociedad vocabularios para luchar contra dogmas, catequismo y propaganda. Defensor de la idea del lento y complejo placer que puede proporcionar la lectura, Manguel apunta que la literatura no depende de lectores ideales, sino sólo de lectores suficientemente buenos. La frase del escritor francés Valéry Larbaud, que asocia lectura a vicio impune, es el talismán del que se vale el autor para procurar al lector un gran placer.