El protagonista de Adiós al fútbol cuenta en noventa textos, uno por minuto, como si fueran los dos tiempos de un emocionanate partido, su personal universo futbolístico, lleno de inteligentes y divertidas reflexiones, en el que caben Maradona, Borges y Bioy Casares, la Play Station, Mallarmé, los futbolines (y su eterna polémica sobre quién los inventó), el Dinamo de Moscú, el Inter o la Roma, y el lector acaba atrapado por esa pasión por el fútbol, considerado como un género dramático. No faltan agudas observaciones sobre su repercusión mediática, sobre esos jugadores legendarios que acaban, como juguetes rotos, trabajando de vigilantes en piscinas municipales, o sobre la inconveniencia de que los hérores, es decir los futbolistas, visiten las peñas de sus equipos, pues debe mantenerse a toda costa la distancia entre los sacerdotes del rito y los feligreses.
La gran literatura discurre por todos y cada uno de los noventa minutos de este disputado partido, de este festín de goles, palabras y balones con el que todos los buenos aficionados al fútbol y a la literatura se darán un enorme atracón.