En la madrugada del 10 de noviembre de 1990 Félix
Grande comprobó que su mejor amigo, Horacio Martín, había
enloquecido: lo encontró en las ruinas de Al-Zahara, vestido de
harapos, comiendo el pan de la limosna, creyéndose encarnado en
el poeta cordobés del siglo XI Ibn Zaydun, escuchando solitario
en un desvencijado radiocasete las músicas que durante un cuarto
de siglo había compartido con sus amantes y espantosamente sosegado:
era el sosiego que precede a la aniquilación. Los cuerpos de mujer
y la poesía fueron las dos pasiones sobre las que Martín
edificó su vida; la soledad y la esterilidad poética lo desmoronaron.
En los textos del poeta que se reúnen en este
libro, sus lectores asistirán a una reflexión tentacular
sobre la relación entre la angustia del paso del tiempo y la sacralización
de la sexualidad, sobre el homogéneo orgullo de las cicatrices del
amante y las cicatrices del torero y sobre las correspondencias entre el
infierno de las separaciones amorosas y el sentimiento de la muerte. Novela
fragmentada, relato poético, ensayo heterodoxo entre la pulsión
erótica y el abrazo con el dolor como preparación para la
desaparición y el olvido, este libro extraño, nocturno y
conmovedor, dibuja también el alma de un poeta romántico
que se abandonó al exterminio de su conciencia para no tolerar la
vergüenza de la decrepitud. Con esta autobiografía dispersa
de Horacio Martín, el poeta Félix Grande se despide
de su amigo y maestro: una despedida sobresaltada por el horror y por la
envidia que suelen producir los artistas desesperados.