Desde un punto de vista múltiple y omnicomprensivo de abordar
el horror, Hogg nos relata el lento deterioro de un personaje ya malo,
que es animado al crimen por la doctrina fatal de la «justificación
por la gracia» (una aberración de la doctrina de Lutero que
llega a afirmar que el elegido de Dios no puede pecar, que Dios jamás
le castigará, que el homicidio, la embriaguez, etc., son pecados
en el malvado, pero no en el hijo de la gracia que ha garantizado su salvación).
El horrendo héroe de Hogg proyecta sus asesinatos con plena conciencia,
y los comete con lúcida satisfacción. No está loco;
pero está poseso; le vemos someterse poco a poco a la persuasión
de un amigo poderoso en quien reconoce, sólo cuando es demasiado
tarde, al mismísimo diablo, que ya nunca soltará a su presa...
«Que yo recuerde, hace mucho que no me había sentido tan cautivado,
tan voluptuosamente atormentado por un libro», dice André
Gide, de esta obra terrible y prodigiosa, debida a James Hogg
(1770-1835), «el pastor de Ettrick».