Gilbert Keith Chesterton (1874-1936) confesaba en su Autobiography
(1936) que Cuentos del Arco Largo (1925) era uno de los libros que
más le había divertido escribir. Se trata de una auténtica
novela hecha con historias que se entrelazan, crónicas hilarantes
en las que unos excéntricos que se autodenominan locos, integrantes
de la Liga del Arco Largo, algo así como una asociación de
fanfarrones, se empeñan en convertir en juego de niños las
metas más imposibles, los retos más peligrosos. Este club
de chiflados acaba por liderar una empresa revolucionaria cuyo objeto es
denunciar el sinsentido propio de la política y las convenciones
sociales.
A través de las divertidas crónicas de esta bufa y «grandiosa
epopeya agraria» Chesterton ironiza sobre el «distribucionismo»,
política de redistribución de tierras que defendió
fervientemente en su juventud, cuyo conocido lema exigía la concesión
de «tres acres de tierra y una vaca» para cada campesino inglés.
Algunos fragmentos de esta novela, como el discurso del capitán
Pierce en defensa de los cerdos, en el que llega a afirmar que la pocilga
es «el edificio medieval más digno de la vieja Inglaterra»
y a sugerir que «los huevos y el jamón deberían figurar
en el escudo de armas de la Casa Real»; o como «El impresentable
aspecto del coronel Crane» (una de las historias de amor más
delirantemente hermosas que se hayan escrito), quedarán sin duda
durante mucho tiempo en la memoria del lector.