En busca del tiempo perdido es una de las más geniales creaciones literarias del siglo XX. Verdadera suma novelesca de la sociedad francesa anterior a la Primera Guerra Mundial, el propósito en que se inspira es preservar de la desaparición y el olvido las experiencias y recuerdos del pasado, aniquilados por el tiempo pero conservados en el fondo de la memoria inconsciente del narrador. Proust, en efecto, vive obsesionado por la huida irreparable del tiempo, por su implacable efecto destructor sobre las personas y las cosas. Ahora, en La parte de Guermantes, tercer volumen de los siete que componen la monumental obra, presenciamos el ingreso del joven Marcel en el soñado mundo de la aristocracia. La descripción magistral de la vida mundana en los salones parisinos, asunto principal del libro, se condensa en dos grandes recepciones -en las casas de las marquesas de Villeparisis y de Guermantes-, precedidas ambas de vivencias artísticas -la velada en la Ópera con la maravillosa imagen del teatro-acuario y la absorta contemplación de los cuadros de Elstir antes de la llegada de los invitados-, seguidas de otras, sutilmente emparentadas con aquellas y relacionadas con la homosexualidad, en las que el enigmático e inquietante Charlus espera a Marcel a la salida de las recepciones aristocráticas. Por otro lado, la sombra de la muerte servirá de contrapunto fúnebre a la elegancia de los salones en esta extraordinaria escenificación narrativa de los juegos y las ambiciones sociales, las competencias y los destellos de una clase social crepuscular.