Daniel Defoe comenzó su carrera literaria a los sesenta años, y aún tuvo tiempo de escribir, aparte de su universal Robinson Crusoe, decenas de novelas, relatos, y crónicas históricas, muchas de ellas bajo seudónimo.
En Memorias de un caballero (1720) –cuyo subtítulo, Un diario militar de las guerras en Alemania, y las guerras en Inglaterra. Desde el año 1632 al 1648, es suficientemente explícito– Defoe narra de forma amena la guerra civil inglesa mediante la ficción literaria del testimonio en primera persona de uno de sus actores, un caballero inglés a la antigua usanza, que interviene en la Guerra de los Treinta Años por simpatía personal hacia el rey Gustavo Adolfo de Suecia, antes de retirarse a su país para participar a favor del rey Carlos I en la guerra civil que enfrentó a mediados del siglo XVII al Parlamento inglés con la corona, y que daría lugar a la primera, y única, república inglesa.
Sobre el realismo de estas memorias se ha especulado con que podrían estar basadas en la vida y andanzas de Sir Andrew Newport, nombrado Lord Newport en 1642, que tomó partido por los caballeros, como se denominó al bando realista, frente a los cabezas redondas, partidarios del Parlamento, en aquel conflicto que enfrentó a la alta aristocracia inglesa aliada con sectores populares tradicionalistas y rurales, con la burguesía, el comercio y la población de las ciudades, que mayoritariamente apoyaban la postura del Parlamento contra las ambiciones absolutistas del rey Carlos I.
Defoe nos informa sobre la cuestión de Irlanda, la Guerra, Cromwell... con el ritmo de la mejor novela y la claridad de exposición y análisis de un ameno ensayo.