¿Se puede escribir para ocultarse detrás de las palabras, para no ser nadie? Antes de franquear un significado, la escritura constata una existencia. Pero ¿qué sucede si la escritura se aplica a la promoción del anonimato? La pregunta sobre el autor comporta una interrogación sobre la responsabilidad. Sin embargo, el discurso debería valer por lo que expone, no por el lugar que ocupa su propietario. En Rastros de nadie se suceden tres capítulos, debidos a diferentes sujetos: un inquilino que lleva una vida de soltero, estando casado; un crítico enfrentado a la anomalía de unas confesiones, encontradas en un armario, de autor desconocido; el marido de una agente literaria que se arroga el derecho de inmiscuirse en una profesión ajena. Tres textos que, al complementarse, se anulan y disuelven, con el propósito de ofrecer al lector una contrariedad que también a él lo disuelva en la última línea.