Llegado el momento del odio, este suele recaer sobre lo próximo, sobre lo vecino. John Archer Dospueblos, un hombre sin patria que sabe pintar lobos de mar, se convierte en testigo de excepción de la animadversión plurisecular de dos pueblos limítrofes desde su atalaya de la casa de la cordillera divisoria.
El desencadenante de la contienda que despertará el odio aletargado entre los dos municipios, Rabiazorras y Solano, no es otro que la insolente adscripción educativa de los niños del primero al instituto del segundo. A partir de ahí, todo un crescendo de acciones, reacciones, movilizaciones, nacionalismos terruñeros, fervores y sinrazones envuelven a la trama y a los personajes en una vorágine imparable que desemboca en el impulso de seguir leyendo hasta el insólito final.
La riqueza estilística de la novela, trufada de imágenes y metáforas luminosas, alejada de las corrientes consumistas y fáciles de la literatura actual, sitúan a Sólo los hombres sin patria pintan lobos de mar en la isla de la literatura con riesgo y con entrañas.