Esta novela narra las vicisitudes de un joven uruguayo, Irineo Salbo, que llega a París tras haber ganado un concurso literario con una novela plagiada. En su lucha por sobrevivir, se presta a pruebas como cobayo en laboratorios franceses que terminarán perturbando en muchos aspectos su percepción de la realidad.
La conmovedora, por otra parte, cómica y angustiante vulnerabilidad de este personaje se verá enmarcada, a través de su peripecia parisina, por una galería de seres peculiares: el murciano Elbio, la familia Felot -entrañables y originales vecinos- y por Miranda, una chica que parece su alter ego femenino, con la que vive una intensa historia de amor que tendrá un inesperado desenlace.
Enfrentado a los avatares de una realidad para la que nadie lo ha preparado, el protagonista adoptará casi siempre actitudes insólitas para superarlos, desencadenando así una serie de hechos extraños que van a sostener la intriga hasta el viaje final que lo conducirá de Francia a España. Sin saber muy bien cómo, nos encontramos de pronto en una realidad flexible en la que, provisoriamente, el tiempo transcurre o no, según el daño que su paso nos inflija. El mundo se vuelve una elección y nos es dado desertar de él con cierta dosis de impunidad. Sin embargo no hay aquí magia ni milagros. Tal vez solo trucos de prestidigitador o una magia menor, de película que ya se ha terminado pero que nuestra mente sigue proyectando a su antojo hasta dar con el final feliz que hubiéramos deseado. Los personajes de esta historia solo echan mano de la amistad, el amor, la fe inquebrantable en el poder de la creación y el humor, para afrontar el caos del mundo exterior y vencer la miseria de su soledad. Quizá, después de todo, los milagros consistan en eso.