No hace falta haber leído ni una sola frase de Henry James para deleitarse con la prosa y las ideas de este brillante y envolvente libro sobre las impresiones de un norteamericano culto que, con menos de treinta años, se instala en Inglaterra.
Cierto suceso ocurrido a principios de 1870 habría de marcar el final de la juventud del protagonista y autor de estas páginas, que en El comienzo de la madurez se ve obligado, sin embargo, «a proporcionar algún que otro matiz sobre esta afirmación tan tajante»: «La juventud es un libro en numerosos volúmenes que constituye apenas una mera estantería en la enorme biblioteca de la vida».
Lo que el aún desconocido escritor neoyorquino vivió al llegar a Londres fue el comienzo de una relación singularísima con «la gran figura» de esta ciudad, con la que siempre mantuvo una distancia reverencial que, sin embargo, no le impidió amarla al mismo tiempo que la diseccionaba: James miró a su alrededor como pocos otros escritores lo han hecho, con la curiosidad de sus años, la distancia del extranjero y el sentido crítico del artista, según escribiera Virginia Woolf.
Por la maestría de su autor, el pasado evocado se convierte en estas páginas en verdadero presente: las aceradas reflexiones sobre la juventud y la madurez; los paseos por los jardines de Kensington; un encuentro con Tennyson, Poeta Laureado bajo el gobierno de la reina Victoria; el círculo de la escritora George Eliot; el eco de las voces de Dickens y Thackeray; los asuntos comunes de los que se ocupa la prensa a diario; incluso un desayuno cualquiera.
«El mundo inglés de aquella época le era muy querido. Le había brindado amistad, oportunidades y, sin duda, muchas otras cosas de las que no era consciente. Henry James, más que nadie, jamás podría olvidar ese regalo, y este libro de memorias nos parece un sublime acto de gratitud.» Virginia Woolf