El señor de los naufragios opera desde los pliegues de la
realidad. En esta mirada oblicua, los hombres pueden
nacer con las palabras contadas; un náufrago puebla con
la imaginación su isla desierta; los cofrades de todas las
mitologías elevan su agradecimiento al hacedor supremo,
y las calles, los edificios y los personajes se amotinan
contra sus creadores. En este libro, la búsqueda de un
lenguaje depurado y exacto pasa por la ironía, el humor y
una poética contenida. Cuando el clímax de dos amantes
provoca el terremoto de Lisboa; los dioses peregrinan
en busca de sus creyentes y son devueltos a sus cielos de
origen, y cuando los hombres aprenden a transformar
la realidad desde sus sueños, comprendemos que bajo la
apacible superficie de lo cotidiano se mueven, inquietantes,
otros mundos posibles o probables. Basta cazar las palabras
que deambulan silvestres, y pastorearlas con precaución
hasta las páginas del libro.