En 1927, Gerardo Diego, bajo el título de Antología poética en honor de Góngora, reunía una valiosa selección de poetas de diversos siglos, hasta Rubén Darío, que mostraron en sus obras «una común imantación» hacia la poesía del cordobés. Y en 1961, con motivo del cuarto centenario, afirmaba el maestro santanderino: «Que Góngora siga siendo algo vivo sin que haya dejado jamás de serlo con un signo u otro durante cuatro siglos, es señal de que el valor real de su poesía es tan importante que el curso mismo de la historia poética no puede en ningún momento prescindir de ella». La reivindicación del autor de las Soledades operó entonces como un reactivo de la moderna poesía hispánica, enriqueciéndola con una nueva dimensión de la metáfora y la imagen, así como de los valores esencialmente estéticos del poema, proceso en el que los miembros de la Generación del 27 tuvieron tan decisivo protagonismo. Góngora ilumina y fecunda nuestra lírica de los años veinte y treinta con la brillante potencialidad que atesoraba su estilo personalísimo. E incluso será el alto ejemplo al que se acojan los renovadores de la átona poesía de postguerra que surgen en torno a la revista «Cántico», así como de la socialrealista de los años cincuenta y sesenta, Pablo García Baena y Pere Gimferrer, respectivamente, el deslumbrante poeta de «Cántico», y el restaurador de una poesía «novísima» y cultista frente a un realismo gastado y sin fulgor, a partir de un poemario tan decisivo como Arde el mar (1966), de tan gongorino título. La presente Antología pretende rastrear la presencia del poeta cordobés en diversos autores mayoritariamente hispánicos del pasado siglo, desde los ya citados a Pablo Neruda o Lezama Lima, junto a las voces poéticas más recientes. A través de los poemas recogidos en ella, así como de la selección de diversas opiniones y juicios sobre Góngora, podremos llegar a la conclusión de que don Luis, a pesar de seculares incomprensiones y cegueras, ha sido –lo fue en su tiempo– y sigue siendo el poeta más determinante e influyente de nuestro Parnaso. En 1927, Gerardo Diego, bajo el título de Antología poética en honor de Góngora, reunía una valiosa selección de poetas de diversos siglos, hasta Rubén Darío, que mostraron en sus obras «una común imantación» hacia la poesía del cordobés. Y en 1961, con motivo del cuarto centenario, afirmaba el maestro santanderino: «Que Góngora siga siendo algo vivo sin que haya dejado jamás de serlo con un signo u otro durante cuatro siglos, es señal de que el valor real de su poesía es tan importante que el curso mismo de la historia poética no puede en ningún momento prescindir de ella».La reivindicación del autor de las Soledades operó entonces como un reactivo de la moderna poesía hispánica, enriqueciéndola con una nueva dimensión de la metáfora y la imagen, así como de los valores esencialmente estéticos del poema, proceso en el que los miembros de la Generación del 27 tuvieron tan decisivo protagonismo.Góngora ilumina y fecunda nuestra lírica de los años veinte y treinta con la brillante potencialidad que atesoraba su estilo personalísimo. E incluso será el alto ejemplo al que se acojan los renovadores de la átona poesía de postguerra que surgen en torno a la revista «Cántico», así como de la socialrealista de los años cincuenta y sesenta, Pablo García Baena y Pere Gimferrer, respectivamente, el deslumbrante poeta de «Cántico», y el restaurador de una poesía «novísima» y cultista frente a un realismo gastado y sin fulgor, a partir de un poemario tan decisivo como Arde el mar (1966), de tan gongorino título.La presente Antología pretende rastrear la presencia del poeta cordobés en diversos autores mayoritariamente hispánicos del pasado siglo, desde los ya citados a Pablo Neruda o Lezama Lima, junto a las voces poéticas más recientes. A través de los poemas recogidos en ella, así como de la selección de diversas opiniones y juicios sobre Góngora, podremos llegar a la conclusión de que don Luis, a pesar de seculares incomprensiones y cegueras, ha sido –lo fue en su tiempo– y sigue siendo el poeta más determinante e influyente de nuestro Parnaso.