Queremos saber y este deseo de saber es la expresión de
una de las inquietudes más arraigada en el ser humano. La
transparencia nos permite, literalmente, trascender, ir más
allá del cristal, sobrepasar un límite, cruzar una frontera,
mientras que la opacidad no nos abre el campo de visión,
no nos permite entrever mínimamente algo de lo que
hay más allá. Anhelamos la transparencia, pero no somos
conscientes de los problemes que se pueden derivar de la
cultura global de la transparencia. ¿Realmente queremos
saberlo todo? ¿Ciertamente estamos capacitados para
digerirlo? ¿Podremos soportar las montañas de basura
que se acumulan en los desvanes de las instituciones?
¿Los secretos de familia guardados desde la infancia?
¿Las trampas e hipocresías de los que supuestamente nos
quieren? ¿Tendremos estómago para poderlas digerir?
¿Estaremos dispuestos a ver cómo se hunden los grandes
mitos de la honestidad? ¿Cuánta transparencia puede llegar
a digerir el estómago social? ¿Cuánta dosis de realismo
podemos tragar para vivir y cuánta dosis de idealismo
necesitamos para construir horizontes?