Mientras que los museos de todo el mundo y las galerías de obras de arte muestran con orgullo sus numerosos cuadros de cualquier época, pintor y estilo, el arte callejero del Graffiti (y desde ahora lo pondré con mayúscula) apenas logra reconocimiento, y con irritante y deprimente frecuencia sus autores son insultados y criticados por los ciudadanos, arrestados por los agentes del orden público y sancionados por los jueces. ¿Su delito? Utilizar como soporte de sus trabajos muros, puertas y edificios. La obra, su calidad, no se cuestiona, solamente el lienzo empleado. Sin embargo, y mucho antes de que el ser humano tuviera a su disposición caballetes, paletas y telas que le permitieran inmortalizar sus obras pictóricas, ya utilizaba su entorno natural y también las edificaciones, para recrear su talento artístico. Las pinturas rupestres -pues a ellas me refiero-, realizadas en rocas y cavernas, son ahora Patrimonio de la Humanidad, intocables por tanto, y las vemos en África (Namibia, Somalia y Fezzan), en América latina (Brasil, Argentina, Perú, Chile, etc.), en Asia (Tailandia, Malasia, India), en Europa (especialmente España), y hasta en Australia (Parque nacional de Kakadú). Ahí están, para gloria de todos, y bien protegidas