Las cuatro partes de Carta al padre (dos escritas en prosa poética y dos formadas por poemas) asedian la figura intimidatoria del padre desde distintos ángulos. En la primera parte el padre real se difumina detrás de otros padres soñados, deseados, ajenos, prestados o leídos. En la segunda, la más autobiográfica, el padre verdadero se alza, aplastador, sobre un hijo que hace lo que puede para construirse una vida propia. En la tercera el padre agoniza en la cama de un hospital y el hijo mira los objetos a su alrededor, testigos de lo que siente. La última está formada por dos largos poemas en los que también se habla del padre: un canto de agradecimiento a la vida y una reflexión sobre los efectos de la muerte desde una mentalidad supuestamente primitiva. Muchos padres, todos los padres: Jesús Aguado recorre los tantas veces sombríos laberintos de las relaciones padre-hijo no tanto para proponer un ajuste de cuentas como para recrear un territorio lleno de malas hierbas que alguien tiene que procurar limpiar, regenerar, abonar y sembrar con buenas semillas (con buenas palabras) antes de que sea demasiado tarde.