Tras un primer capítulo en el que plantea los problemas fundamentales del arte contemporáneo teniendo en cuenta las reflexiones de Benjamin, Adorno y Greenberg, así como los cambios habidos en la industria de la cultura y la comunicación, en la tecnología y el mercado, Di Giacomo traza las líneas fundamentales del arte contemporáneo a partir del desarrollo de la vanguardia, el cubismo, las obras de Braque y Picasso, la ruptura radical que supone el trabajo de Duchamp, el surrealismo y el dadaísmo, y la posterior evolución del arte abstracto, Malevich y Kandinsky.
Los cambios políticos, culturales y sociales, morales también, habidos tras la Segunda Guerra Mundial determinaron trayectorias significativamente diferentes a las mantenidas hasta entonces. Di Giacomo estudia a Giacometti y a Bacon, pero también las creaciones del Minimalismo y del Arte Conceptual, no menos que las de una «nueva figuración» que tiene su mejor expresión en el «realismo» de Koons: paradójicamente, la realidad se aplica a imitar al arte. El arte no está, sin embargo, exento de rebeldía y testimonio: Beuys, Boltanski y Kiefer son los mejores ejemplos a este respecto.
En los últimos años los dos modelos primarios usados para articular diferentes aspectos del arte de la postguerra han acabado perdiendo eficacia: tanto el modelo del modernismo, basado en la especificidad del medium, como el modelo de la neovanguardia, que reelabora las críticas a la vieja intuición burguesa del arte, como hacía la primera vanguardia histórica. La verdad es que hoy compiten entre sí diferentes modelos locales, pero ninguno de ellos puede esperar llegar a convertirse en paradigmático. Y si, para muchos, este estado de cosas es positivo, porque posibilita libertad artística y diversidad crítica, también es cierto que ese paradigma del no paradigma ha favorecido una chata indiferencia y una cultura turística y consumista del arte.