Seguramente tú, que estás o has estado enamorado (y te deseo con toda mi fuerza que vuelvas a estarlo) hayas girado más de una vez esa almohada. Noches de insomnio buscando un porqué sin llegar a un motivo concreto. Maldito y a la vez bendito ese amor, esa fiesta de pijama que acaba en una guerra de cojines llenado de plumas tus pensamientos.
Lágrimas, enojo y comprensión. Resignación e impotencia. Porque el amor llega y se va, afortunados los que lo hemos sabido vivir con todo, aun dándonos de bruces. A veces se marcha dando un portazo, pero en ocasiones (y estas son las peores) desaparece sin hacer ruido, girando el pomo con cuidado para hacerte despertar solo, tirado en esa cama vacía con las sábanas recién revueltas.
Entonces crees que no hay nadie y giras la almohada, buscando ese suspiro, ese recuerdo, ese lado frío para reflexionar sobre tu presente, tu pasado y tu futuro. Vueltas, vueltas y más vueltas, la noche es larga, cuando un lado se calienta el otro se enfría. Pero no estás solo, no. Él acaba de unirse a la fiesta, el desamor ha llegado a tu cama y quiere acostarse contigo.