?Cantaremos a las fábricas colgadas de las nubes por los hilos de sus humaredas?, clamaba el Manifiesto Futurista en 1918. Eran tiempos de auge del industrialismo y la vanguardia cultural manifestaba, en consonancia, su admiración por la velocidad y la máquina. Ciento diez años después, debemos formular una serie de principios exactamente opuestos. Nos encontramos en un momento crucial, ?el siglo de la Gran Prueba?, en el que la mitigación del cambio climático o una transición ordenada a sociedades sostenibles no será posible sin un completo cambio de valores: la diversidad, la sencillez, la durabilidad y el valor de lo próximo son algunos de ellos.
Las humanidades ambientales abarcan estudios y propuestas que ponen en común la esfera cultural con la crisis ambiental. Son humanidades que no entienden su separación de la ciencia, y que pueden servirnos para imaginar futuros vivibles, no para trazar utopías irrealizables ni vaticinar escenarios apocalípticos. Se trata de librarnos de la economía como medida de todas las cosas y forjar una cosmovisión alternativa, que coloque el logro de la vida buena y el reequilibrio de la biosfera como metas. Científicos y activistas no cesan de advertirnos del colapso civilizatorio al que nos aproximamos, pero la reacción social necesaria está todavía por llegar. Por eso, las artes que reflejan este cambio pueden servirnos de guía en esta encrucijada, en esta gran prueba: nuevas formas de percibir y sentir el medio ambiente, pueden contribuir, mediante la emoción, al cambio de actitudes.