«Llamadme Ismael», el célebre comienzo de la obra maestra de Melville, actúa como un hechizo, la lectura se sucede como una fiebre. Junto a Ismael y el arponero Queequeg, el lector entra a formar parte de la tripulación del Pequod y se ve lanzado a una búsqueda insomne hasta los confines del mundo, y cuyos polos son Ahab y Moby Dick -la Ballena Blanca-, dos figuras poderosas, complementarias: por un lado, el sombrío capitán, mutilado, con el alma desgarrada por la sed de venganza a quien no le importa empujar a sus hombres a una caza encarnizada, aunque el precio a pagar sea el más alto; y por el otro, Moby Dick, ese cachalote espectral, escurridizo e invencible, un recipiente alegórico de todas las maldades sobre el que Ahab y el resto de marineros del Pequod proyectan tantos miedos.