Leibniz era un genio cuya desbordante imaginación nos reveló el cálculo diferencial, los determinantes, la primera calculadora de cuatro operaciones, una topología elemental… Además, impulsó un profundo cambio en las matemáticas para que fueran una ciencia de las estructuras y abordó cuestiones todavía abiertas, como la teoría de la complejidad y sus aplicaciones a la inteligencia artificial.
Pero también se preguntaba ¿qué es el Universo?, ¿podemos entenderlo?, ¿por qué existe el mal?, y él respondía desde las matemáticas: Dios creó el mejor de los mundos posibles –el nuestro– porque resolvió un problema de optimización con infinitas variables. El mal es inevitable, pero aun así, este mundo sigue siendo el mejor de todos los factibles. A pesar de la colosal vastedad del cosmos, unas pocas ecuaciones permiten describirlo: la ciencia es posible.