Recoge este libro un recuerdo de Karl Liebnecht y Rosa Luxemburg, unas bicicletas de posguerra, una fábrica iluminada por Marx, y el amanecer del Báltico, además de otros capítulos que confluyen sin razón aparente en la ciudad rusa del lejano Oriente, donde Higinio Polo confiesa: “Vladivostok fue una luminosa revelación, a la que me llevó una joven mulata que hacía sentadillas en la playa de Sant Miquel junto a la Estrella herida de Rebecca Horn, en el antiguo barrio de pescadores de la Barceloneta. Estuve mirándola un rato, y vi que llevaba una camiseta con la leyenda ??????????? estampada en cirílico. Pensé que tal vez era cubana, y que había llegado hasta allí por los resbaladizos senderos que nos introducen a todos en dimensiones desconocidas donde no resulta extraño encontrar un caimán antillano, la noticia de Hitler entrando en Praga recogida por Virginia Woolf, una urgencia ansiosa o una premonitora canción de bienvenida a un malecón donde resuenan las bocinas de los buques y alguien te deja la copia de una fotografía que eres tú mismo despidiendo a un barco que se aleja en el horizonte.”