La fe crédula en la evolución y el deseo de una vida intensa son característicos de la sensibilidad
contemporánea, pero no parecen coherentes con el desprecio del intelecto, no menos característico de estos tiempos. La inteligencia humana es, sin duda, fruto de la evolución, un fruto tardío y altamente desarrollado, tan digno de admiración, al parecer, como los ojos de los moluscos o las antenas de las hormigas. Y si la vida es mejor cuanto más intensa y concentrada, la inteligencia sería, en tal caso, la mejor forma de vida. Sin embargo, esta época se encuentra tan incómoda con
su grado de inteligencia que le basta con algo menos vital y añora lo que la evolución ha dejado atrás.