¿Quién es el fámulo?
¿Un ser ausente?
¿Algo que irrumpe en estos trances de abandono?
De esta forma comienza a escribir el narrador de El palacio a un interlocutor misterioso, con esa escritura fragmentaria que se desdobla sobre sí misma, a la manera que sucede con la obra entera de Bellatin, vista como un solo libro compuesto por textos que dialogan y resuenan entre sí para conformar un Todo. Ello porque la escritura de Bellatin se aleja del mito de la inspiración para labrar una y otra vez elementos casi inverosímiles que en realidad proceden de la autobiografía, siempre como un molde susceptible de adquirir una forma por completo novedosa, explorando cada vez hasta dónde pueden ser estirados los límites de la literatura.
En El palacio se recuperan personajes y obsesiones recurrentes, como el propio fámulo, el perro Perezvón o el legendario salón de belleza que hace al mismo tiempo las veces de moridero. En el fondo, el interlocutor al que el narrador se dirige no es otro más que el lector, o esos miles de lectores que a lo largo de su obra se han adentrado una y otra vez en los universos tan ferozmente singulares que constituyen la escritura de Mario Bellatin.