Entre bocas que no besan bien, timideces congénitas, preguntas suspendidas y un toque de desenfado pop, y también, de desencanto, la escritura de Ruefle hace suyo el fluir de un sentido que en cada verso se desarma, se reconstruye y se asoma al absurdo mismo. La autora somete a la existencia a un sutil proceso de extrañamiento que deja al descubierto las paradojas e incertidumbres de la experiencia cotidiana.