Si en la inmediata posguerra el negacionismo se presenta como una empresa de higiene ideológica destinada a limpiar las marcas del gran crimen europeo, en el siglo XXI se ha ido convirtiendo en una forma de propaganda política que involucra diferentes esferas de modos cada vez más insidiosos y violentos. Ya no es solo un intento de interpretar la historia del pasado sino también una amenaza a la comunidad interpretativa del futuro. De la negación reciente de la pandemia a la ridiculización de la emergencia climática, el negacionismo, en su rechazo de la "versión oficial", en su jactanciosa búsqueda de "información alternativa", deja entrever el dispositivo conspirativo que constituye su matriz. Pero es al considerar sus vínculos con los fenómenos que lo preceden y fundamentan, en primer término con el poderoso mito de la "conspiración judía mundial", como podemos intentar comprender el alcance devastadordel negacionismo actual. Desde la mentira de Auschwitz, la acusación de fraude se reaviva como piedra angular de un odio que, estrechamente ligado a la Shoá, "no es un oscuro residuo del pasado sino un nuevo